Imagina que te encuentras en la clase de ciencias. Desde que comenzó la clase, el profesor bombardea con preguntas a la clase sobre lecciones anteriores e incluso temas que aún no ha tocado en clase y que están en el libro; cinco capítulos más adelante. A todas estas instancias, Karen, sin levantar su mano para pedir turnos, ha respondido sin falla. Nadie más puede contestar, por sus constantes interrupciones. Sólo ella aparenta tener el conocimiento. Félix, quién está detrás de ella, ha decidido no hacerle caso a las ciencias ya. Agustín, quien pensaba que sabía algo, se ha persignado. Lucía, recurre a su espejo de manos y a darse retoques de maquillaje. Ya ninguno quiere asociarse con el tema. El profesor, siente un poco de asco por el orgullo desparramado por la habitación, el sentimiento colectivo se inclina hacia el repudio y tú que observas todo desde tu silla piensas… yo no quiero ser como Karen. Algo apesta en la atmósfera. ¿Te ha pasado esto antes?
Somos el Puente
En su charla, ¿Por qué Jesús? Ravi Zacharías afirma que “la tarea del apologeta es la de encontrar ese puente entre la mente y el corazón”.1 Piénsalo, si vamos a argumentar o a ofrecer nuestras razones para creer que el Cristianismo es cierto, pero lo único que hacemos es hablar y hablar y hablar… ¿Quién nos escuchará? Lo que es peor, si vamos con una prepotencia en 1000%, ¿Quién querrá escucharnos? Muchos apologetas cristianos, al saber que poseen la verdad, toman una postura altiva y presentan su caso de manera incisiva y estricta, sin considerar quién escucha. Lo que es más, sin considerar si alguien le escucha. Su diálogo es realmente un monólogo que:
- Pocos (o nadie) entienden
- Pocos (o nadie) se identifican
- Pocos (o nadie) reciben
Y es que el apologeta cristiano corre el peligro de alimentar su ego y derramarse en orgullo cuando habla, por todo el conocimiento que tiene. Es importante destacar que el problema no es el conocimiento en sí. De hecho, nosotros en Verdad y Fe, impulsamos al Cristiano a que estudie su fe. Deseamos que cada creyente haga preguntas a lo que cree y busque razones coherentes a sus posturas. Que nuestra fe nos haga sentido es de suma importancia y esto se logra mediante el estudio y meditación intensiva de la Palabra de Dios, guiados por el Espíritu Santo y viendo cómo ésta se hace real en nuestro alrededor. Pero de ahí, no debemos saltar directo a “atacar con nuestro conocimiento” a otros. Lee cómo lo pone Pablo:
“Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios»” (2 Corintios 5:20, NVI) (énfasis suplido).
Dios nos llama a ser embajadores. Pertenecemos a su Reino, pero estamos aquí en la Tierra en representación suya. Desde esa posición, exhortamos —“inducir a uno con palabras, razones y ruegos a que haga o deje de hacer alguna cosa”2—, y luego no obligamos ni exigimos sino que rogamos. Significa que es en humildad que interactuamos con las personas. Les hacemos ver la verdad desde la posición de quien sirve. Nuestro acercamiento a la apologética no debe ser meramente racional. El corazón necesita formar parte (integral) de la ecuación de nuestro trabajo como embajadores de Cristo.
¿Sabes Escuchar?
Haz este ejercicio: pregúntale a alguien que no comparte tu cosmovisión por sus razones para creer en lo que creen. Luego escucha sin intervenir, a menos que sea para pedir aclaraciones. ¿Crees que lo puedas hacer? Prometo que no es una tarea fácil de completar. El problema es que solemos brincar a defender lo que creemos sin darle oportunidad a la persona con la que hablamos a que… nos hable. Sin embargo, si permitimos que la persona dialogue con nosotros e intercambie ideas quizás podamos llegar al corazón de ellos. Y es esa la tarea apremiante que tenemos: llegar al corazón.
Si hay algo que impide que estemos cerca de Dios, es un corazón duro y de piedra. Necesitamos ser tiernos y receptivos. Esto es algo que Dios produce en nosotros al darnos su espíritu, como profetizó Ezequiel:
“Yo les daré un corazón íntegro, y pondré en ellos un espíritu renovado.Les
arrancaré el corazón de piedra que ahora tienen, y pondré en ellos un
corazón de carne, para que cumplan mis decretos y pongan en práctica mis
leyes. Entonces ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios.”
(Ezequiel 11:19-20, NVI)
Cuando interrumpimos o no dejamos a las personas ser libres en lo que creen —sí, así como lo lees, porque nadie puede obligar a nadie a creer— ayudamos a endurecer su corazón. Su mente se cierra, sus oídos se tapan y su corazón se aleja de lo que les compartimos. Por eso recomendamos: escuchar. Deja que las personas hablen y conviértete en el mejor aprendiz que puedas. Aprende sobre quiénes son y en qué creen. Pide aclaraciones cuando te sea necesario. Interésate genuinamente en su corazón. ¡Qué se te note! Escucha como quieres ser escuchado. Fomenta crear una relación genuina con la persona.
Dirige con preguntas
Es costumbre querer responder cuando quien habla no dice lo correcto y sabemos la verdad. Sin embargo, te sugiero otro ejercicio más. Acepto que es más largo, pero es mucho mejor al momento de guardar el corazón de las personas. Haz preguntas genuinas. Además de preguntas para aclarar lo que ellos dicen, como: “¿Qué quieres decir con eso?¿Cómo funciona eso? ¿Cómo llegaste a esa conclusión?”, construye preguntas que logren dirigir la conversación hacia la verdad.
En una ocasión, en medio de un evangelismo, entré a una tasca para sentarme a dialogar con las personas que compartían allí. Esto fue justo después de presentar el evangelio en las afueras de la taverna a voz en cuello, por lo que las personas ya sabían nuestra postura. Nos presentamos, saludamos y luego de algunos comentarios de ambas partes sobre lo que acababan de escuchar, comenzamos a hablar. Resulta que las siete jóvenes que compartían en la mesa eran ateas. Entre ellas, incluso una pareja lesbiana. Recuerdo que les hice la siguiente pregunta: ¿Cómo llegaron a la conclusión que Dios no existe? A lo que todas se miraron con caras perplejas y sin respuesta. Mi compañera en el evangelismo aprovechó y les hizo otra pregunta: ¿En qué creen? Nuevamente se miraron y acordaron que creían en el destino. Les hicimos varias preguntas para que nos explicaran qué querían decir con “destino” y llegamos a un entendimiento de que se referían a metas preestablecidas a las que todos hemos llegado y que aun llegaremos. Aquí aproveché e hice una última pregunta. Les dije: Pero ¿no consideran que si hay una meta preestablecida, alguien o algo tuvo que establecerla? ¡Las metas no se establecen solas! Las chicas no supieron qué contestar. Nos tomamos una foto y nos despedimos. La piedrita había sido puesta en sus zapatos.
Pude haber presentado los argumentos a favor de la existencia de Dios. Pude haber sacado versículos que condenan la incredulidad, que condenan las relaciones sexuales antes del matrimonio y de personas del mismo sexo. Muchas fueron las avenidas que pudimos haber tomado; sin embargo, dialogamos. Les dimos la oportunidad de expresarse, escuchamos y luego a través de las preguntas, llevamos sus creencias a su conclusión lógica: ellas creían en un ser supremo que pone orden y pre establece metas para nuestras vidas. Ellas creían en un tipo de dios. Realmente, no eran ateas, y ese día lo descubrieron.
Las preguntas son unas herramientas del idioma que resultan poderosas para dirigir a las personas hacia la verdad. Verás que al tener la verdad, se nos hará menos complicado mostrarla cuando partimos de lo que ya creen y por medio de las preguntas, mostramos cómo fallan.
Guarda tu corazón
Así que la próxima vez que tengas la oportunidad de dialogar con alguien que no comparte tus creencias, no optes por derramar todo tu conocimiento de inmediato; vela por el corazón de quién te escucha, mientras guardas el tuyo. No peques de orgullo. Este sólo te hará creer la mentira de la autosuficiencia. Es imperativo que el Cristiano recuerde que el conocimiento que tiene de Dios es porque fue revelado a nosotros. No lo hallamos ni lo produjimos —Dios en su amor nos reveló su corazón. La Palabra es de Dios, no es nuestra. Somos embajadores, no somos el Rey. Fuimos escogidos, no ganamos la posición. Por gracia somos salvos. Por lo tanto, en humildad ejercemos nuestro ministerio de rogarle a las personas que se reconcilien con Dios.
¿Te atreves?
Fuentes:
1. Ravi Zacharías: “¿Quién es Jesús?” Charla 1.1. Curso RZIM Academy en Español,
http://rzimacademy.org/courses/modulo-general/ (última visita, 19 de enero de 2017).
2. Exhortar, Definición según el Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe,
http://www.wordreference.com/definicion/exhortar (última visita, 8 de julio de 2017).
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