Algunos somos arriesgados de nacimiento. Nos atrevemos a hacer cosas que otros ni pensarían. Quisiéramos tirarnos en paracaídas, nos encantan las montañas rusas e incluso estamos dispuestos a asumir posturas poco populares.
Es curioso que muchas veces, incluso los más tímidos en los parques de diversión, están dispuestos a tomar otros riesgos increíbles y jugarse su dinero en la bolsa de valores o asumir una postura frente a un mar de gente que no está de acuerdo.
Lo que muchas veces nos cuesta es arriesgarnos por alguien. Quizás lo hacemos con menor dificultad si sólo dependemos de nosotros mismos, pues estamos convencidos que lo lograremos, pero cuando se trata de ponernos en la línea por lo que otro afirma, no suele ser tan sencillo. No es que no se vea, después de todo acabamos de pasar por un proceso de elecciones, así que sabemos que sí. Pero incluso en nuestras creencias políticas, no muchos estarían dispuestos a dar su vida por lo que creen.
Nosotros, los discípulos de Jesús, en gran manera debemos estar preparados para lanzarnos a favor de aquello que Cristo estableció como correcto. Pero a veces se nos complica dar ese primer paso, pues la experiencia que tenemos es cómo otro ser humano imperfecto nos falló, cuando tomamos su visión como buena y nos arriesgamos por ella.
La Palabra me muestra este proceso difícil en la persona de Jesús claramente. Vemos como el arriesgarse le costó la vida en la cruz. Pero quizás en alguna parte de nuestras mentes nos decimos a nosotros mismos: “sí, pero él era Dios, ¿no?” Por lo que hoy deseo que consideremos a un humano frágil y pecador como nosotros: José de Arimatea.