Hace algún tiempo, estuve en una charla sobre perspectiva de género, y la oradora invitada hizo una expresión interesantísima que provocó conversaciones profundas e interesantes. Ella comentó: “Si alguien tiene una inclinación sexual hacia personas del mismo sexo y actúa de acuerdo a éstas, puede ser considerado pecado, dependiendo de la religión que practique”. Rápidamente me pregunté: ¿Quién decide lo que es pecado? La religión de cada cual, ¿es la que decide lo que es pecado?
Sin embargo, en otro momento diferente, escuchaba una conversación entre creyentes, quienes relataban actividades que comúnmente llevamos a cabo, que para algunos —de nosotros mismos— pueden ser vistas como pecado y para otros no. Curioso, porque en el primer caso vemos rápido el problema. Sin embargo, en el segundo, sonaba casi como si estuviésemos afirmando que el pecado sería relativo. Al igual que la oradora. Entonces hice la pregunta: El pecado, ¿es relativo?
¿Quién instituye algo como pecado?
Bíblicamente, se comete algún pecado cuando nos alejamos de la voluntad de Dios. Dicha voluntad, enseña la Biblia, es un reflejo del carácter de Dios. Un ejemplo de ello es que asesinar está prohibido, pues Dios es vida, y estaríamos alejados de su carácter. Mentir está prohibido, pues Dios es la verdad, y nos marchamos lejos de su carácter; o cuando somos infieles pecamos, porque el carácter de Dios es ser fiel. Si llevamos esto a su origen: Como el pecado es aquello que se aleja del carácter perfecto de Dios, no es algo que definimos nosotros. Dios define lo que es pecado al revelarnos su carácter en la Biblia. El detalle está en la afirmación bíblica la cual establece que Dios no cambia de opinión ni se equivoca:
Dios no es un hombre, por lo tanto, no miente. Él no es humano, por lo tanto, no cambia de parecer. ¿Acaso alguna vez habló sin actuar? ¿Alguna vez prometió sin cumplir? (Núm. 23:19, NTV)
Esto significa que el carácter de Dios es un estandarte objetivo que cualquier ser humano puede estudiar para saber cómo comportarse. Conocemos el bien al mirar ese estándar y hacemos el mal, cuando nos alejamos de él. En este sentido, el bien tiene su estandarte absoluto, y la negación de éste, es el pecado —también absoluto, por defecto. También saber hacer lo bueno, pero obrar lo contrario sería alejarse del estandarte, por lo que se entra en pecado también (Santiago 4:17).
El problema surge tan pronto vamos a lo que secularmente se define como pecado. Es ahí que los conceptos cambian y se abren al relativismo. Por ejemplo, tomemos esta definición del Diccionario de la lengua española:1
Si en el ambiente secular el pecado puede ser decidido a nivel eclesiástico, entonces cada iglesia/religión tiene la potestad de decir lo que es bueno y malo. Esto puede ser una postura peligrosa, pues se toma la autoridad de Dios para decir lo que es bueno y malo, en vez de ir directamente al estándar objetivo que hallamos en la persona del único Dios, perfecto. Si es la iglesia/religión la que decide, entonces damos pie a la relatividad del pecado; cada iglesia podría establecer su propio código moral basado en lo que ellos piensan. Pero, ¿por qué aceptar lo que un grupo de seres humanos deciden y no lo que yo decido?
Las organizaciones eclesiásticas que deciden sobre lo que es o no es pecado entran en una interpretación de su propia conciencia. Sin embargo, es de suma importancia cuestionarnos si esa fuente de información moral es cien por ciento fiable.
Seguir nuestra conciencia
En muchas ocasiones como Cristianos, nos encontramos en un aparente dilema: unos Cristianos afirman que algo es pecado, y otros no. Esto se ve en muchas instancias diversas y es precisamente esa una de las razones por las cuales existen denominaciones del Cristianismo. A continuación comparto el texto al que, por excelencia, nos dirigimos cuando tenemos disputas como éstas:
Yo sé —y estoy convencido por la autoridad del Señor Jesús— que ningún alimento en sí mismo está mal; pero si alguien piensa que está mal comerlo, entonces, para esa persona, está mal. Si otro creyente se angustia por lo que tú comes, entonces no actúas con amor si lo comes. No permitas que lo que tú comes destruya a alguien por quien Cristo murió. Entonces no serás criticado por hacer algo que tú crees que es bueno. Pues el reino de Dios no se trata de lo que comemos o bebemos, sino de llevar una vida de bondad, paz y alegría en el Espíritu Santo. Si tú sirves a Cristo con esa actitud, agradarás a Dios y también tendrás la aprobación de los demás. Por lo tanto, procuremos que haya armonía en la iglesia y tratemos de edificarnos unos a otros. No destruyas la obra de Dios a causa de lo que comes. Recuerda que todos los alimentos están permitidos; lo malo es comer algo que haga tropezar a otro. Es mejor no comer carne ni beber vino ni hacer ninguna otra cosa que pudiera causar tropiezo a otro creyente. Tal vez crees que no hay nada malo en lo que haces, pero mantenlo entre tú y Dios. Benditos son los que no se sienten culpables por hacer algo que han decidido que es correcto. Pero si tienes dudas acerca de si debes o no comer algo en particular, entonces es pecado comerlo, pues no eres fiel a tus convicciones. Si haces algo que crees que está mal, pecas. (Rom. 14:14-23, NTV)
Fíjate que Pablo aquí da unos principios que son aplicables a este tema, no sólo para problemas básicos como los alimentos:
- Si sabes que no es pecado, adelante.
- Si sabes que no es pecado, pero es tropiezo para alguien, abstente y/o mantenlo privado entre tú y Dios.
- Si no sabes si es pecado o no, abstente.
Esto se llama “seguir tu conciencia”. Según la Biblia, la conciencia es aquella que nos insta a hacer lo bueno. Es esa capacidad moral interna que llevamos los seres humanos, por ser hechos a imagen y semejanza de Dios. Vayamos a primera de Timoteo, para verlo en las Escrituras: “Ahora bien, el Espíritu Santo nos dice claramente que en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe verdadera; seguirán espíritus engañosos y enseñanzas que provienen de demonios. Estas personas son hipócritas y mentirosas, y tienen muerta la conciencia.” (1 Tim. 4:1-2, NTV).
Si la conciencia de estas personas que Timoteo menciona aquí estuviesen vivas, no seguirían esa fe mentirosa sino que permanecerían en la fe verdadera. Cabe destacar que este texto presume algo muy vital para nosotros: Alejarse de la Palabra de Dios, nos lleva a apartarnos de la fe verdadera, seguir a espíritus engañosos y demonios.
La dificultad aquí es que, con la caída de Adán, nuestra conciencia también se vio afectada. Tenemos una conciencia dañada. Por lo que somos vigilantes de lo que ésta nos dice — por lo menos deberíamos serlo. Y aun cuando Adán y Eva no habían pecado y su conciencia estaba a su completo nivel funcional, ¡tenían a Dios con ellos en el Edén! Significa que el estándar de moralidad perfecta aún era Dios y no el ser humano. Precisamente por confiar en su capacidad moral y no en el estándar absoluto y objetivo que hallaban en Dios, pecaron contra Dios. Esto dañó a toda la creación, pues marcó la entrada del pecado a nuestro universo.
Si esto es cierto, y nuestra conciencia no opera a su nivel original, considerar vivir de acuerdo a lo que ésta nos dictamina sería algo secundario para tomar en consideración. Al momento de reflexionar sobre el pecado, debemos buscar la fuente primaria de la moralidad: Dios.
¿Dónde buscamos la fuente primaria de la moralidad?
Si la conciencia no es confiable y debemos buscar la fuente primaria de la moralidad para decidir lo que es pecado o no, debemos buscar y estudiar el carácter de Dios. En el cristianismo, se enseña que Dios reveló su carácter en su Palabra. Por lo que, es ahí que vamos en búsqueda de lo que es moral y lo que es pecado. El acceso a la Palabra y a su interpretación es puesta en nuestras manos gracias a hombres y mujeres de Dios, quienes nos lideran en los templos —comúnmente llamados Iglesias. Hay iglesias y hay estilos diversos en el cristianismo. Desde la ropa, hasta el aseo personal, los pelos cortos o largos y un sin número de diferencias. Sin embargo, esas diferencias son todas en el cuerpo de Cristo. Osea, todos son parte del Cuerpo de Cristo. Esto significa, que dependiendo del lugar de congregación, veremos tendencias divergentes. Recordemos que nuestras conciencias, al igual que nuestra racionalidad no están a su nivel original de diseño. Ciertamente, tenemos la capacidad de errar en nuestro acercamiento a la moralidad y al pecado.
La Biblia nos llama a mirar más allá de estas diferencias dogmáticas. Nos llama a buscar la unidad en el Cuerpo. Lee estos pasajes:
“Acepten a los creyentes que son débiles en la fe y no discutan acerca de lo que ellos consideran bueno o malo.” (Rom. 14:1, NTV)
“Del mismo modo, algunos piensan que un día es más sagrado que otro, mientras que otros creen que todos los días son iguales. Cada uno debería estar plenamente convencido de que el día que elija es aceptable. Los que adoran al Señor un día en particular lo hacen para honrarlo a él. Los que comen toda clase de alimentos lo hacen para honrar al Señor, ya que le dan gracias a Dios antes de comer. Y los que se niegan a comer ciertos alimentos también quieren agradar al Señor y le dan gracias a Dios.” (Rom. 14:5-6, NTV).
“Yo sé —y estoy convencido por la autoridad del Señor Jesús— que ningún alimento en sí mismo está mal; pero si alguien piensa que está mal comerlo, entonces, para esa persona, está mal. Si otro creyente se angustia por lo que tú comes, entonces no actúas con amor si lo comes. No permitas que lo que tú comes destruya a alguien por quien Cristo murió.” (Romanos 14:14-15, NTV) (énfasis suplido)
¿Ves cómo funciona nuestra conciencia? La conciencia es una herramienta útil. Es parte de lo que nos hace ser seres morales. Es un regalo de Dios que forma parte de nuestro diseño espiritual. No obstante, es preciso entender qué debe ser autoritativo en casos de divergencias: La Palabra. Nuestras conciencias son informadas por algo siempre. Sea por la Palabra, nuestros padres, la cultura en la que vivimos o por cualquier otro estándar de moralidad. En el caso del Cristiano la autoridad que informa la conciencia son las Escrituras y la práctica de la obediencia a ellas. Es bueno aceptar que nuestra conciencia está dañada. El pecado original también la dañó. Más aún, dependiendo de nuestro tipo de vida podemos incluso matarla, como vimos en 1 Timoteo 4:1-2. Vivir una vida que constantemente niega la conciencia, la hace inútil.
Miren lo que dice nuestro colaborador, el Pastor Juan M. Frontera Suau sobre la conciencia y su uso correcto: “Una conciencia forjada a la luz de las escrituras por el poder del Espíritu Santo y el ejercicio de poner en práctica la obediencia, es una conciencia madura que informa nuestras acciones en circunstancias que son disputables.” 2
También D.A. Carson dijo esto al respecto:
El amor demanda que no comamos de algo que hará que a propósito o no, alguien con una conciencia más débil, decida limitar nuestra conducta. En pocas palabras, el amor del Cristiano “fuerte” hacia el “débil” pone en una situación al primero, donde se abstiene de la acción aunque no hay mal en la misma.3
Racionalidad dañada
En la sección anterior mencionaba que nuestra conciencia, al igual que nuestra racionalidad, no están en su cien por ciento de capacidad. ¡El pecado las dañó a ambas con su entrada al universo! Eso significa que no siempre vamos a entender las cosas correctamente. También significa que las conclusiones a las que llegamos no siempre van a ser correctas. Este pensamiento nos debería mover hacia la humildad.
Muchas veces entre los mismos cristianos se abren discusiones doctrinales acaloradas, pues se entiende las Escrituras de diversas maneras. Estas interpretaciones incluso logran, en cierta manera, dividirnos. Algo lo cual debe provocar tristeza, al recordar que Jesús lo que deseaba es que fuésemos uno, como el Padre y Él son uno (Jn. 17: 21).
Cuando vamos a lo que consideramos pecado o no, puede suceder lo mismo. Comenzamos a pararnos firmemente en nuestra postura, sin considerar la posibilidad que estamos errados pues hemos malinterpretado alguna porción bíblica. O, quizás sacamos de contexto lo que dice la porción dándole un significado incorrecto. Esto puede suceder sin nosotros desearlo. Por eso, nuestra postura siempre debe inclinarse hacia la humildad. En otras palabras: Puede que estemos errados. Si cabe la posibilidad que estemos errados, debemos actuar como buenos discípulos de Jesús y correr al Maestro. En oración, sumérgete en el estudio profundo de la Palabra. Siempre considera la posibilidad de que tu postura no cambiará y la del hermano tampoco. Si es así, llegó el momento de actuar lo que ya leímos en Romanos 14: 1: “Acepten a los creyentes que son débiles en la fe y no discutan acerca de lo que ellos consideran bueno o malo.”
Y mientras actúas esto, considera lo que enseña Filipenses 2: 3: “No hagan nada por orgullo o sólo por pelear. Al contrario, hagan todo con humildad, y vean a los demás como mejores a ustedes mismos.”
Si tomaste la decisión de seguir a Cristo, debes tomar la postura de quien sirve. Esto incluso servir a quién tiene la razón o no. También considera la posibilidad, que eres tú el que es débil en la fe (Rom. 14: 1). Necesitamos aferrarnos a la humildad y desechar el orgullo. Entonces, nuestra actitud será motivo de alegría para nuestro Señor pues le estaremos imitando (Mt. 11: 29).
Áreas de debilidad
Algo que es necesario tocar aquí es el problema de las áreas débiles que cada cual tiene. Estas son áreas que difieren entre las personas. Y no necesariamente es que el objeto sea el pecado, sino que el pecado está en nosotros y el mal uso del objeto.
¿Cómo se ve eso? Mira este ejemplo: Imagínate que Wilfred aceptó a Cristo como su Salvador y Señor. Antes de esto, era adicto al alcohol. Ahora que es Cristiano decide no tomar más alcohol. Toma terapias para ganarle a su adicción y trabaja en ello constantemente. Para Wilfred, ¿acaso beber alcohol es pecado? No. Sin embargo, si Wilfred bebiera, esto puede causar que aquel pecado del que Cristo lo salvó y libertó, sea de tropiezo nuevamente y Wilfred se aleje de Dios, por su adicción al alcohol (1 Corintios 6: 10). Si Wilfred va a casa de Rafael y la costumbre en esa casa es tomarse una copita de vino junto con la cena, es correcto que ese día, Rafael no consuma vino, para guardar a Wilfred.
En casos como este, el consejo de Jesús es:
7 »¡Qué aflicción le espera al mundo, porque tienta a la gente a pecar! Las tentaciones son inevitables, ¡pero qué aflicción le espera al que provoca la tentación! 8 Por lo tanto, si tu mano o tu pie te hace pecar, córtatelo y tíralo. Es preferible entrar en la vida eterna con una sola mano o un solo pie que ser arrojado al fuego eterno con las dos manos y los dos pies. 9 Y si tu ojo te hace pecar, sácatelo y tíralo. Es preferible entrar en la vida eterna con un solo ojo que tener los dos ojos y ser arrojado al fuego del infierno.” (Mateo 18:7-9 Nueva Traducción Viviente)
Ahora fíjate que en este caso, no es que el alcohol es pecado para algunos o no. ¡La debilidad de Wilfred es lo que hace que el alcohol no deba ser consumido! Es el pecado en Wilfred el problema, no el líquido fermentado producto de la uva.
Momento de atar cabos
Si los argumentos que les presento aquí están correctos, significa que nuestras acciones sí se pueden ver en blanco y negro. Entiéndase, moralmente buenas o pecaminosas. Esto a raíz de la fuente objetiva de donde nos debemos dejar llevar: Dios. Entonces, el pecado también es objetivo/absoluto. Lo que es pecado, no depende de nosotros. Lo que es pecado depende de Dios, y de cómo es su carácter. Dios es quien dice lo que es pecado, pues es definido como lo que está en oposición directa a sí mismo. También necesitamos ser humildes, al considerar si lo que entendemos correcto está errado. Esto debe ser una invitación a estudiar a profundidad y contínuamente la Palabra de Dios en oración y mediante el Espíritu Santo —habiéndolo recibido al convertirnos en cristianos.
Ahora, cabe la posibilidad que, haciendo algo moralmente neutro o incluso bueno, nos sintamos mal o desobedientes. ¿Qué hacemos ahí? Si seguimos lo que Pablo nos dijo en Rom. 14:14-23, debemos detenernos y obviar la actividad que nos tiene en ese estado. Aunque sea bueno. No lo hagamos, pues en nuestro corazón dañado por el pecado, consideramos nuestra actividad como posiblemente mala. Si sentimos que ofendemos a nuestro Señor, debemos obviar esa(s) acción(es). Es ahí donde lo que dejamos de hacer lo entregamos a Jesús como ofrenda. Este sacrificio es una manera de decirle a Jesús: “Esto es bueno, pero tú eres mejor aún. Lo dejo por amor a tí”; o, si no estás seguro si es o no bueno, la conversación con Cristo, iría algo así: “No sé si esto te ofende o no, pero prefiero dejarlo por amor a tí. Tu eres suficiente para mí.”
El pecado no es relativo, pero nuestra interpretación no siempre es clara. Muchas veces no estamos seguros si es pecado o no. Si no estamos seguros; detente y elimina. No vaya a ser que pequemos sin haberlo deseado. Tengamos siempre presente que, Cristo venció el pecado en la Cruz (Hb 10:10, Mc 10:45, Rom 5:8) y nos dio libertad (Gálatas 5:1). Cuando aceptamos este sacrificio, experimentamos y vivimos en esa libertad. El pecado es mucho más que un problema racional. Es un problema sobrenatural, por el cual Dios se hizo hombre y sacrificó su vida en una cruz, venciendo así el pecado al ofrecer el máximo sacrificio (su propia vida). Con su resurrección, Cristo venció la muerte, que era la paga del pecado (Romanos 6: 23). Esta salvación es un regalo inmerecido que Dios nos hace. Un regalo que debemos atesorar profundamente.
1. Wordreference.com, http://www.wordreference.com/definicion/pecado, (última visita el 31 de marzo de 2017).
2. J.M. Frontera, “Diálogo sobre el Pecado y el Relativismo”, 14 de diciembre de 2016.
3. D.A. Carson, “On Disputable Matters” (traducción nuestra),
http://themelios.thegospelcoalition.org/article/on-disputable-matters, (última visita el 30 de marzo de 2017).
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