[Luego de tantos correos electrónicos preguntándonos sobre la masturbación, decidimos pedirle al Dr. Hernando Steidel que nos ayudase con este tema.]
La masturbación es un tema que es necesario manejar con una perspectiva clara. Vivimos en un mundo de un desarrollo tecnológico sin precedentes y esto promueve la exposición a un sinfín de imágenes, además de que la publicidad de nuestra sociedad nos indica que nuestros ojos no deben tener límites, ni parámetros y ello contrasta totalmente con la visión de pureza de Dios para nosotros.
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¿Es pecado la masturbación? ¿Por qué?
Se enseña popularmente que la masturbación es normal. Que todos los jóvenes lo hacen y que, de vez en cuando, ver pornografía no es dañino. No estoy de acuerdo con esa forma de pensar.
Estoy convencido de que la masturbación distorsiona diversas áreas de la sexualidad.
En primer lugar, el fin principal de la masturbación es la autogratificación – es decir, satisfacerse uno mismo. Ahora bien, en la sexualidad diseñada por Dios, el fin es satisfacer a tu pareja y así recibir satisfacción.
En segundo lugar, la masturbación implica un proceso de imaginación, fantasía, con algo o alguien; y nuestra mente debe ser santificada y con pureza. Como les dice Pablo a los filipenses: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Nuestra mente debe estar en armonía con nuestras acciones.
En tercer lugar, la masturbación no incluye un proceso emocional de entrega y compromiso; al contrario, es un acto adictivo que produce deseos desordenados. La masturbación puede incluir pornografía para activar la excitación. La pornografía es otra distorsión de la sexualidad puesto que presenta a la mujer como objeto sexual, lo cual deforma la perspectiva masculina en términos de pensar que la mujer disfruta ser utilizada como objeto de satisfacción egoísta. Incluso, lo que llaman en inglés “soft porn” [pornografía suave] representa a las mujeres como objetos eróticos cuya función principal es dar satisfacción sexual a los hombres. Son valoradas sólo desde el cuello hacia abajo. Por otro lado, la pornografía fuerte [en inglés, «hardcore»] enseña que las mujeres disfrutan al ser abusadas o violadas y que los niños pueden ser parejas sexuales apropiadas. Además, la pornografía enseña que el sexo es puramente recreativo por naturaleza. No hay intimidad emocional en la pornografía, sólo la satisfacción física inmediata.
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Entonces, ¿la sexualidad es pecado?
La sexualidad humana no fue producto del pecado, siempre fue parte del plan de Dios para el hombre y la mujer, en el contexto de un pacto matrimonial. Dios nos diseñó como seres sexuales. La sexualidad no es mala, ni sucia y mucho menos reprobada por Dios. La sexualidad es parte de la vida de cada persona y tiene la bendición de Dios.
El problema llega cuando distorsionamos esta sexualidad que Dios diseñó.
Todo diseño puede ser distorsionado cuando se utiliza sin visualizar los principios que ese diseño establece en sus instrucciones básicas. La lujuria es una distorsión del diseño de la sexualidad. La lujuria es el deseo desmedido de lo que no debo tener o hacer en la expresión de la sexualidad. La lujuria es tomar la sexualidad que Dios nos dio y llevarla fuera de los parámetros y límites establecidos en la Palabra de Dios. Por ejemplo, el sexo fuera del matrimonio, el cual desarrolla una respuesta sexual hacia lo depravado. John Piper lo definió de esta manera: “La lujuria es deseo sexual sin honor y santidad”. La Palabra de Dios nos advierte sobre ella:
“Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y libertinaje, no en contiendas y envidia. Al contrario vestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos de la carne.” (Romanos 13:13-14)
La lujuria nunca se sacia, por eso la distorsión aumenta cada vez que sucumbimos ante ella. Nunca podremos negociar con la lujuria ni ganarle sin una visión clara de la santidad de Dios en nuestra vida. Nuestro enfoque de la santidad no puede ser algo que nos quitemos y nos pongamos, sino que recibimos la santidad de Dios por gracia y la cultivamos en todas las áreas de nuestra vida. La santidad no es algo que uno produce, es algo que el Espíritu Santo de Dios produce en uno.
Por eso, en Gálatas 5:22, se nos enseña que el fruto del Espíritu en nosotros es amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Este fruto del Espíritu es la base de la santidad de Dios para nuestra vida y es el fruto que nos libra de la distorsión de la lujuria en todas sus manifestaciones.
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En última instancia, la adicción a la masturbación es una distorsión al diseño de Dios para la sexualidad. Dios lo creó todo perfecto y bueno. Cristo, mediante la cruz, nos libertó de la esclavitud del pecado, y restauró en nosotros ese diseño que perdimos. Cristo nos hace verdaderamente vivir en su diseño de nuevo. Nos hace nuevamente capaces de disfrutar a Dios y de decirle “no” a la tentación.
Dios nos ha llamado a vivir una vida de pureza, ya que la corrupción de la mente y la conciencia provienen de una vida alejada del diseño divino. La pureza requiere acciones firmes de hombres y mujeres que estén dispuestos a creerle a Dios. Ahora bien, si por alguna razón no pudiste mantenerte puro en el pasado, todavía estás a tiempo. Atrévete a tomar decisiones en cuanto a tu fidelidad y tu compromiso, y te aseguro que Dios —que es amplio en perdonar (Isaías 55:7)— te restaurará, visitará tu intimidad y te sanará (Efesios 2:1-5).
[Un abrazo cálido a nuestro amigo el Dr. Hernando Steidel por su contribución tan importante. Consigue su libro pulsando aquí.]
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