Todos tenemos prejuicios. Si alguien alega que no los tiene, miente. Yo tengo prejuicios y tú también. Los prejuicios son problemáticos muchas veces cuando tratamos de defender nuestra cosmovisión. Si estamos hablando con una persona y el caso que presentamos a favor del cristianismo es desde la arrogancia, nuestros prejuicios estarán en la superficie, fácilmente visibles para aquel con quien hablamos.
Si defendemos el cristianismo es porque creemos que tenemos la verdad. Así que ese es nuestro prejuicio: creemos que el opuesto vive o cree una mentira.
Aunque el cristianismo es cierto y tenemos razones de sobra para afirmarlo como tal, no podemos plantar nuestros pies en la arrogancia de nuestro prejuicio pues nadie querrá escucharnos. Por eso es que los prejuicios son problemáticos. Son muchos los cristianos que cuando se enfrentan a alguien que cree diferente a ellos, optan por levantar una barrera y despedir a la persona. Le dirán: “No estoy interesado en lo que me quieres decir. Soy Cristiano y no cambiaré de parecer acerca de mis creencias.” Posiblemente nos ha pasado a todos. Especialmente si nos sorprendieron en un momento inoportuno de prisa. Pero esto no es una actitud correcta para un embajador.
El embajador de Cristo necesita tener una mente inquisitiva. Sólo con esta actitud, podremos realmente conversar con las personas y tener un interés genuino en la persona y lo que nos dice. No significa que vamos a recibir y asimilar todo lo que nos digan como si fuera igualmente válido y bueno. Lo que significa es que asumimos una postura de humildad y de interés en la persona, a la vez de querer madurar intelectualmente, conociendo lo que ellos creen de manera más cercana.
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