La dificultad de esta pregunta es que muchos arguyen que ser un ser humano requiere la capacidad de libre albedrío, pero si eso es así, entonces en el cielo, ¿tendremos la capacidad de escoger hacer el mal? ¿Será que podríamos experimentar otra caída como la de Adán y Eva? ¿Cristo nos redimiría una vez más? ¿Sería esta la historia del nunca acabar? Una y otra vez, el ser humano pecando y Dios redimiendo… para siempre…
Una nota importante es que cuando hablamos del cielo aquí, me refiero al paradero final de los redimidos por Cristo una vez el regrese y se acabe el mundo actual. No me refiero al paraíso actual. Hace algún tiempo publicamos un episodio de Verdad y Fe Podcast donde hablamos de los dos infiernos (y por consecuencia, también de los dos cielos) puedes verlo aquí.
Esta es una pregunta sobre el Cristianismo, por lo tanto la respuesta tiene que estar cargada y sostenida por la Biblia. Por eso, hoy estaremos visitando varios textos bíblicos para responder. El primero es Apocalipsis 21:4 (NTV), el cual enseña algo muy importante para contestar la pregunta de hoy:
“Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más».”
Juan nos está diciendo aquí en Apocalipsis, que en el paradero final de los redimidos por Dios (el Cielo) no habrá muerte. Entonces, si estudiamos la Biblia, veremos que nos enseña que la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23). Para que en el cielo no haya más muerte es porque tampoco habrá más pecado.
Si pecáramos nuevamente y sufriéramos otra caída y Dios volviera a redimirnos, contradiría su propia Palabra que nos dice: Hebreos 10:14 (NTV):
“Pues mediante esa única ofrenda, él perfeccionó para siempre a los que está haciendo santos.”
La Biblia nos dice que Cristo murió una vez y por todas. Ya no habrá otro sacrificio porque el que hizo fue perfecto y eficaz. Cristo nos perfecciona moralmente para que seamos santos, como Dios es santo, pues ese es el deseo de Dios (1 Pedro 1:16). Pero esa perfección moral es gracias a la justicia de Dios, la cual Cristo la ganó para el creyente en la cruz, al asumir nuestro castigo justo y adjudica su justicia a los redimidos delante de su Padre. O como lo expresa 2 Corintios 5:21 (LBLA):
“Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él.”
Significa que el creyente ahora tiene la justicia de Dios en él. Por lo tanto no pecaremos por la misma razón que Dios nunca pecará. Su justicia está en nosotros. Es cierto que ahora pecamos en este cuerpo dirigido por las intenciones de la carne, pero en el cielo, nuestro cuerpo resucitado será dirigido por el espíritu. Así lo dice Pablo en 1 Corintios 15:42-44 (NTV):
42 Lo mismo sucede con la resurrección de los muertos. Cuando morimos, nuestros cuerpos terrenales son plantados en la tierra, pero serán resucitados para que vivan por siempre. 43 Nuestros cuerpos son enterrados en deshonra, pero serán resucitados en gloria. Son enterrados en debilidad, pero serán resucitados en fuerza. 44 Son enterrados como cuerpos humanos naturales, pero serán resucitados como cuerpos espirituales. Pues, así como hay cuerpos naturales, también hay cuerpos espirituales.
La bomba teológica de hoy es que en el cielo tendremos la capacidad de decidir y nunca pecaremos.
Apocalipsis 20:10 nos enseña que el tentador, Satanás, será echado en el infierno junto a los demonios. Pero en Apocalipsis 21:8 incluye también a los pecadores que nunca se arrepintieron. Por lo tanto el pecado y el tentador será puesto allí. En el cielo no habrá tentador que trate de socavarnos a pecar. El cielo estará separado absolutamente de la maldad. No habrá cupo allí para el pecado. Cristo lo venció y en el cielo ya estará eliminado por completo. Es la promesa de Hebreos 9:26b (PDT)
“…él vino en estos últimos tiempos y se ofreció de una vez por todas, sacrificándose a sí mismo para acabar así con el pecado.
Se acabó el pecado. Nuestro cuerpo resucitado será incorruptible, como establece 1 Corintios 15: 52. Significa que no habrá espacio para pecar en nosotros.
Romanos 5:19 (LBLA) establece que de la misma manera que el pecado de Adán fue heredado, por así decirlo, al resto de la humanidad que surgió en él, los que surgen de Cristo obtienen su justicia. Decir que un redimido en el cielo podrá violar esa justicia de Dios es asumir que Cristo también lo puede hacer, lo cual es imposible.
En el cielo estaremos adorando a Dios para siempre. ¡Es la razón por la que anhelamos el cielo! Queremos estar con nuestro Señor y adorarle con nuestra vida resucitada en la Tierra Nueva que él nos dará. Pero Dios no se agrada de la adoración si hay pecado que la ensucia. Ese es el caso hoy día, y por supuesto lo será allá también pues Dios nunca cambia. Además, actualmente Dios conquista nuestras afecciones para que libremente le adoremos de corazón. El no nos obliga a amarle ni adorarle.
Como dijo Randy Alcorn en su libro “EL Cielo” 1:
“Está difícil creer que Dios se complacería con nuestra adoración si no tuviéramos ninguna opción más que ofrecerla. Una cosa es que Dios nos dé la oportunidad de adorarle. Otra cosa diferente es que nos fuerce a hacerlo de manera automática e involuntaria.”
La incapacidad de pecar no violenta la capacidad de decidir. Si Adán y Eva, antes de la caída pudieron decidir en el Edén, ¿qué nos hace pensar a nosotros que no podremos? Después de todo, estaremos en una mejor situación que la que tuvieron ellos. Seremos redimidos con un cuerpo resucitado dirigido por el Espíritu, algo que ellos nunca tuvieron.
Encima de eso, recordemos que nuestra naturaleza será transformada en la resurrección. Ya no será parte nuestra el estar inclinados a pecar, como lo estamos ahora. No nos falta la capacidad de decidir simplemente porque no podemos decidir algo que está fuera de nuestra naturaleza. Mi inhabilidad de ser la computadora en la que escribo, o de ser mi mascota no es un comentario sobre mi capacidad volitiva, es que simplemente yo no soy esas cosas.
Cuando estemos frente al Señor, los redimidos no desearemos algo que no sea estar frente a nuestro Salvador. No nos interesará el pecado ni tampoco el deseo de querer pecar. Nada se comparará con tenerle frente a nosotros y gozar de su presencia por toda la eternidad. ¿Quién deseará pecar? ¡Nadie! Libremente desearemos adorar a nuestro León de la Tribu de Judá. O como dice el teólogo Louis Berkhof:
“Verán a Dios en Jesucristo cara a cara, encontrarán plena satisfacción en Él, se regocijarán en Él, y lo glorificarán.” 2
Fuente:
1. Alcorn, Randy, Heaven (Tyndale House Publishers, Inc, USA, 2004) p.311-313
2. Berkhof, Louis, Teología Sistemática (William B. Eerdmans Publishing Co., Michigan, 1949) p.884



